Carlos Otegui
Repasan los estudiosos que el refrán tiene su origen en un hecho histórico que se remonta a 1460. Pese al tiempo recorrido, no cesa su actualidad. Lo que muchas veces se discute puerilmente es si, realmente, el que se va pierde efectivamente su silla. O algunos de los derechos esenciales del ser humano.
La libertad de expresión está garantizada en nuestro país por la Constitución Nacional (art.14 y 32), así como también en el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (art. 19 y 20), la Convención Americana sobre Derechos Humanos (art. 13), la Declaración Universal de Derechos Humanos (art. 19) y la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre (art. 4), entre otros instrumentos con jerarquía constitucional (art. 75 inc. 22 de la CN).
No importa el canal que se emplee, ni el contexto en que se sitúe. Una perogrullada: “la libertad es -o debería ser a mi absurdo entender- libre”.
Prácticamente no hay día en que por redes sociales nos topemos con imágenes y reflexiones de personas que se marchan del país. Algunos por trabajo. Muchos otros, hartos de una Argentina que imaginaron y/o soñaron distinta,y que la dirigencia política se emperra y se empeña en empeorar. Sin solución de continuidad e independientemente de las fuerzas partidarias que la gobiernan.
Asumimos que Twitter especialmente es la letrina de las redes sociales. Habitualmente no uso el colectivo “GENTE” porque tengo la sensación de que no suele ser representativo y lo empleamos a nuestro antojo, incluso inconscientemente. Pero en este caso, al involucrar a personas con diferentes grados de preparación educativa formal; nivel económico; intereses particulares; preceptos y concepciones familiares;edades, etc., me lo apropio.
Decía que casi todos los días hombres y mujeres, jóvenes y no tanto, dan las hurras de la Argentina con la esperanza de encontrar una vida o un pasar mejor en otro país. Y la réplica es inmediata. Los insultos de los que abrazan las banderas de un chauvinismo sin más, no se hacen esperar. El aliento de los que acompañan/entienden la decisión, también resuenan fuerte. Y el odio, la ironía, la estupidez, la sinrazón alcanzan niveles dignos… de Twitter. Pero cuando nos alejamos de las redes sociales, las dos posturas se exponen lacónicas. Los que no entienden (ni perdonan) la marcha. Y los que entienden (y celebran) la partida.
Un par de años atrás, en plena pandemia, una persona a la que respeto y estimo profundamente, emprendió la marcha rumbo a las costas mediterráneas. Con una reconocida trayectoria en su metier, pese a su juventud, tomó la decisión de salir a vivir una nueva experiencia. Recientemente charlé con él. Le pregunté cómo se vive hoy, cómo es la situación de los argentinos. O sea, la “típica” charla entre un entrevistador argentino y un compatriota en el exterior. Pero me dejó una frase que debería ser tenida en cuenta por todos.
Comentó que siempre tuvo un “espíritu inquieto” (puedo corroborarlo) y así como en su momento dejó atrás su vida en Buenos Aires en busca de una mejor calidad de vida, quería aprovechar la poca edad de sus hijos para emprender la “aventura” de vivir afuera. Lo tiene claro: no se plantea en el día a día si su actualidad será “definitiva” o si habrá un “hasta pronto”.
Palabras más, palabras menos, explicó que cada uno tiene una razón para explicar un comportamiento. Y por eso no es juzgable quien adopta la decisión de marchar. Como tampoco es criticable quien, habiendo vivido la experiencia del exterior, resuelve retornar. Cada caso, seguramente, tendrá sus justificaciones. Por ende, los de afuera son (somos) de palo.
Como cierre, me saltan algunos interrogantes. ¿Son menos argentinos los que resuelven irse? ¿Pierde su derecho a manifestar su opinión sobre el país quien lleva un tiempo -mucho, poco, todo es relativo- fuera después de haber aportado, por decir, 15 años a un sistema jubilatorio al cual renuncia con su partida? ¿Hay un argentinómetro que mide el amor-cariño-pasión por el país y que, dependiendo del partido que se vota se agita más o menos?
Preciso aclarar que todo me parece un gran absurdo. Sí me preocupan, asustan y duelen mucho quienes buscan callar voces con diferentes argumentos. Es una manifestación típica de quienes pregonan la solidez de un discurso único y totalizador. Y entiendo que la mayoría de los argentinos no queremos más totalitarismos. Ya padecimos sus consecuencias.
Ah, una sola cosa más. Alguna vez me fui a Sevilla (¿hace falta explicar que no es literal?). Y les puedo asegurar que, aún lejos, jamás dejé de sentirme un argentino más. Nada más ni nada menos que eso.