(Por Walter Vargas).- Lionel Messi, superdotado y prestidigitador, ha hecho trizas los presuntos límites biológicos, unos cuantos récords y, por qué no decirlo, los pronósticos más negativos: agoreros o no, bien intencionados o no, despistados o no.
Es, a la vista está, la potestad del genio deportivo, del menos mortal entre los mortales, del que es capaz de desatar tsunamis en un vaso de agua.
Los números de Messi son astronómicos y, desde luego, merece la pena examinar un puñado.
Dieciocho años en el fútbol de élite y 695 goles en 831 partidos en clubes.
(Siete-balones-de oro-siete).
Diecisiete años con la camiseta argentina y número uno en el ránking de asistencias y goles: 172 y 98.
Campeón Mundial Juvenil, campeón olímpico, campeón de América, campeón de la Copa de Campeones y campeón del mundo de mayores.
Pero si de Mundiales se trata, el futbolista que ayer se convirtió en el de mayor cantidad de presencias (26, una por delante del alemán Lothar Matthaüss) llegó a su cresta de la ola en la etapa final de su trayectoria.
Es decir: brilló en el Mundial menos pensado: en el tránsito de los 35 a los 36 años.
El húngaro Ferenc Puskas jugó su mejor Mundial a los 27 años.
El carioca Garrincha tocó el cielo en el Mundial de Chile 62: tenía 28 años.
El paulista Pelé despuntó en el Mundial de Suecia a sus 16 y se marchó, glorioso, en el Mundial México 1970 a sus 29.
El alemán Frank Beckenbauer brilló a los 20 y levantó la Copa del Mundo a los 29.
El neerlandés Johan Cruyff jugó su único y extraordinario Mundial a los 27.
Ronaldo -el Gordo, Luis Nazario de Lima- la descosió en Francia 1998, con 21 años, y fue goleador y campeón del mundo tres meses antes de cumplir 26, en Corea-Japón 2002.
Y, pavada de detalle, cuando gambeteó a todos los ingleses, Diego I de Villa Fiorito andaba por los 25 años y 7 meses.
El que pasó por Qatar no fue cualquier Messi: fue un Messi sintonizado a tope con la estructura de una Selección que no lo obligó a sacar conejos de la galera a la carta.
Un Messi clarividente, solidario, motivado, goleador, pasador de bolas imposibles y, ya es un hecho, en el colmo del desiderátum hoy anda por las vida con la Copa del Mundo en las manos.
El Messi otoñal devino más primaveral que nunca.
Trepado al cielo de su cielo, el pibito que soñó a ojos abiertos en las canchitas del fútbol infantil de Rosario ya es también póster dorado en el Libro Guinness de los Mundiales.