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SEQUÍA Y DESPUÉS: QUÉ PASARÁ CON LOS SUELOS SI LAS PRECIPITACIONES SON DEMASIADO ABUNDANTES

Télam-Confiar. Por Cecilia Farré, integrantes de la Red Argentina de Periodismo Científico).- Tras el período de sequía provocado por el fenómeno de La Niña- que se espera que cese para el otoño-, la transición hacia la normalidad “será lenta” y requerirá de lluvias moderadas y con cierta frecuencia, ya que de tener precipitaciones abundantes en cortos periodos podría erosionar los suelos, advirtieron especialistas.

“Se espera que para inicios del otoño comience una fase neutral, es decir, que ya la anomalía del océano Pacífico ecuatorial esté dentro de los valores normales, pero habrá una demora hasta que la atmósfera cambie su comportamiento”, explica a Télam Confiar Cindy Fernández, del Servicio Meteorológico Nacional (SMN).

Desde el año 2018, el país se encuentra en un período de déficit de precipitaciones acrecentado por el fenómeno de La Niña que en la actualidad se encuentra débil al límite de moderada.

“Salir de una sequía es un proceso lento que requiere de varios eventos de precipitación normales y que transiten en el tiempo”, indica la meteoróloga. Fernández advierte que “tras una sequía tan prolongada, las lluvias intensas no serían lo mejor ya que la capacidad del suelo de absorción es menor. Si precipita mucha cantidad de agua en poco tiempo, se transforma en escorrentía que erosiona el suelo, quita sus nutrientes y arrasa cultivos”.

Un antecedente a tener en cuenta es que tanto en la región del Litoral como en el norte de la provincia de Buenos Aires, una zona productiva que en este momento se encuentra muy afectada por la sequía, el otoño suele ser una estación lluviosa momento que además coincidiría con el fin de La Niña.

Si esto se cumple (y si no se da de manera intensa) sería beneficioso y muy esperado ya que el último informe de la Dirección Nacional de Riesgo y Emergencia Agropecuaria de enero indica que en diciembre de 2022 se observó un incremento de 10 millones de hectáreas en riesgo de sequía en el país respecto de noviembre, por lo que se totalizaron 175 millones de hectáreas en esa situación.

En cuanto a los índices de humedad de suelo, en zonas amplias del territorio nacional la humedad se encuentra por debajo de los requisitos hídricos de cultivos y pasturas, en especial en el centro y con fuertes caídas en el Litoral.

La previsión climática del SMN para febrero y marzo pronostica precipitaciones dentro del rango normal o inferior al promedio en el Litoral, en el norte, centro como así también en el sur de la Patagonia, mientras que dentro del promedio para la época en la región de Cuyo, este de Patagonia en las provincias de La Pampa y Buenos Aires. Por otro lado, para el oeste de la Patagonia se espera que llueva lo normal o más y que se supere la media en el noroeste del país.

Más allá de los pronósticos y de las sucesiones de períodos secos y húmedos que se dan normalmente, investigadores advierten modificaciones en las condiciones climáticas que se han empezado a dar en las últimas décadas.

“Lo que está cambiando es la forma en cómo llueve. A lo mejor en un mes llueve la misma cantidad que otros años en los que no hubo problemas en el mismo período, pero a partir de una precipitación intensa por tres días consecutivos y el resto del mes no pasa nada. Desde el punto de vista agrícola esto es perjudicial”, afirma la investigadora del Conicet y del Departamento de Ciencias de la Atmósfera y los Océanos de la Facultad de Exactas y Ciencias Naturales (FCEN) de la Universidad de Buenos Aires, Olga Penalba.

En base a estudios, la investigadora señala al cambio climático como responsable de un aumento de la variabilidad y de eventos extremos como lluvias intensas y de secuencias secas de más de 15 días sin lluvias (o precipitación inferior a un milímetro) en algunas regiones del país.

“Después de una quincena o más días sin llover, el suelo queda desquebrajado y prácticamente no puede absorber las lluvias intensas. Entonces el agua se pierde o el suelo se degrada”, agrega la especialista, que también se desempeña como directora de la Maestría en Meteorología Agrícola de FCEN y de Agronomía.

Por su parte, el investigador adjunto del Conicet en el Instituto Argentino de Nivología, Glaciología y Ciencias Ambientales (IANIGLA), Juan Antonio Rivera, aporta que si bien en los últimos 100 años se observa un incremento en los totales de precipitación, esta tendencia presenta una reversión a partir de la década de 1990, con lo cual regiones centrales y productivas del país registran más eventos de sequía.

Según Rivera, en distintos modelos climáticos existe un acuerdo sobre los aumentos de las precipitaciones en el centro-este del país y decrecimientos sobre la región cordillerana.

“Ambos resultados son preocupantes”, indica y explica que, en el primer caso, “al incremento en las precipitaciones medias hay que superponerle la variabilidad interanual, lo cual da como consecuencia una mayor frecuencia de eventos extremos, tanto húmedos como secos”.

En el segundo caso, el investigador mencionó que el mencionado descenso en la zona cordillerana afecta la disponibilidad hídrica regional para las actividades socio-económicas que podría implicar la reducción de glaciares y otros cuerpos de hielo, la disminución en los caudales de los ríos andinos y de la generación de energía hidroeléctrica, que para la región del Comahue representa aproximadamente un 30 por ciento del total del país.

Más allá de las condiciones climáticas, el investigador del Conicet en el Grupo de Estudios Ambientales de la Universidad Nacional de San Luis, Esteban Jobbágy, llama la atención de una enseñanza que deja la situación actual. Si bien a medida que avanzaron las sequías los niveles de las napas freáticas fueron bajando, no lo hicieron lo suficiente.

“Lo notable es que se frenan aproximadamente a los tres metros de profundidad y a partir de ahí el descenso se hace muy lento. Aún en una sequía como esta no logramos secar el territorio como hace 30 o 40 años atrás con otro tipo de vegetación”, describe.

La razón es que las raíces de los cultivos como la soja o el maíz no pueden hacer uso del agua a mayor profundidad. No ocurre lo mismo con la alfalfa ni con los árboles de especies nativas. Ante esto, el ingeniero agrónomo propone sumar a los cultivos una fracción del paisaje con plantas que tengan raíces más profundas para evitar que “las napas saladas lleguen a la superficie y dañan el suelo y los cultivos”.

Aunque aún la preocupación es la sequía, Jobbágy advierte sobre un problema latente: “Ahora hace falta menos exceso hídrico que antes para inundarnos, incluso luego de pasar por una sequía. Nuestra vegetación cultivada no es tan efectiva secando en profundidad, y con menos lluvias que en el pasado el terreno puede inundarse”, concluye.

*Esta nota es una producción de Télam-Confiar, una plataforma con información especializada en ciencia, salud, ambiente y tecnología (www.telam.com.ar/confiar).

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